Luisa Camañes Monserrate
Portell: usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX (1990)
ELS 'FAIXEROS' (pp.48-61)
La profesión de 'faixero' [així era conegut el venedor de faixes, que vindria a ser faixaire o, en castellà, fajero] nació a últimos de siglo pasado [siglo XIX], cuando las mujeres de Portell empezaron a tejer fajas para la fábrica de Giner, de Morella. Así empezaron a ganarse el primer dinero, abriendo nuevos horizontes a este pueblo. La mujer se convirtió en trabajadora, que ganaba el sustento cubriendo algunas necesidades.
Este contacto entre Portell y Morella dio motivo a nuevas propuestas. Los empresarios de Morella necesitaban abrirse nuevos mercados y, no habiendo vías de comunicación por carecer de carreteras y vehículos, sólo podían darse a conocer estos artículos peregrinando a pie, acompañados de alguna caballería, que bien podía ser algún borriquillo. Algunos hombres de Portell, decididos, honrados y trabajadores, deseaban salir de la miseria, aunque fuera arriesgando la vida, lejos de casa, por caminos solitarios, expuestos a ser asaltados por los ladrones. Fueron los pioneros que darían a conocer por todos los rincones de España la 'faixa morellana', siendo reconocidos por un solo nombre: "el faixero". Esto se desarrollaba por los años 1890, actividad, que ha durado algo más de tres cuartos de siglo, seguida por tres generaciones.
Recordemos a Manuel Agut 'dels Churros', que fue de los primeros que se marchó hasta la zona de Tortosa y Tarragona; luego le seguirían sus hijos: Juan, Germán, Ángel y José. Más tarde fueron sus nietos: Manuel, Ramón, Francisco y Joaquín.
A José Marín, 'el abuelo Marín', lo destinaron por La Rioja, Logroño y sus alrededores.
Si hoy nos parece lejos, en tren, ¿cuántos días tardarían en hacer este recorrido, andando con dos sacos de fajas cargadas al burro, una alforja que servía para llevar la merienda y la ropa para cambiarse, una correa para sujetar las fajas que cargarían al hombro, dispuestas para la venta!? Es todo lo que necesitaba un faixero. Cuando habían vendido aquellas fajas, regresarían de nuevo y pagarían el importe del género que les habían confiado. Si meditamos un poco, comprenderemos cuán duros tenían que ser aquellos primeros años.
Recuerdo una anécdota, contada por Amador [Amador Marín]:
En uno de los viajes que hizo su padre, él tenía once años y estaba de pastor de las ovejas en la Masía de Arnal; hacía solo unos meses y a él le parecía que había estado años. Según él, no había nacido para estar solo con las ovejas y aquellos montes desiertos. Soñaba despierto y envidiaba a su padre que, aunque se marchaba lejos, veía poblaciones, vivía entre la gente en vez de vivir entre rocas.
Ese día se marchaba para Calahorra y Burgos, viniéndole de paso, fue a despedirse de su hijo y lo encontró en el monte. Las primeras palabras de este fueron firmes y decididas:
- Padre, yo no quiero quedarme aquí.
- Hijo mío, esto no es posible, tienes dos hermanos más y no tenemos suficiente comida para todos.
- No importa, yo quiero irme con usted.
- Mira, hoy tengo que andar doce horas, y mañana otras doce. ¿No ves que a tu edad no lo podrías resistir? No puedes montar al burro, ya lleva demasiada carga.
- Yo haré lo que usted haga y no me cansaré. ¡No me deje, padre! (decía casi llorando).
Conmovido el padre, por la decisión de su hijo, terminó diciendo:
- Anda, vete al pueblo y madre que te dé la ropita del domingo. Mientras tanto yo iré a despedirme del dueño y le diré lo sucedido.
- Gracias, padre.
Y empezó a recorrer los dos kilómetros que le separaban de la casa.
- Madre, madre... me voy de viaje con mi padre.
Su madre apenas podía creerlo.
- Hijo, si eres tan joven...
- También soy joven para ser pastor y eso no me gusta. Adiós madre.
Antes de que su padre se diera cuenta, ya estaba de regreso, contento de emprender el viaje. Su padre nunca tuvo que arrepentirse. Muy pronto el hijo demostró más habilidad y simpatía que él para la venta.
La personalidad del faixero pronto fue respetada por dondequiera que pasara, y se podía decir con orgullo que todos los que de Portell salieron eran bien recibidos por los posaderos y la gente que los trataba.
Esta familia Marín, la tercera generación del faixero, explotaba este negocio por Cataluña. Sus nietos eran Miguel Marín, Bernardino Sales Marín y Roberto Sales Marín.
Otra familia fue Pascual Dalmau 'el Triunfo', que siguió sus pasos hacia Navarra, Zaragoza y Logroño, y luego sus hijos: Daniel, Antonio y Alejandro.
Por Cataluña, 'els Saboners' Miguel Antolí, seguido por sus hijos: José y Miguel Antolí; (y) sus nietos: 'Kirico' [Quirico Antolí Guarch] y Roberto Antolí.
'Els Serranets', José Bono y su hermano Ramón 'de Cama'; hijos: Manuel, Eustaquio, Clemente y Ángel; nietos: Clemente y Amable; por la zona de Cuenca, Albacete y Madrid.
También por Tarragona y Lérida, 'els Colorats", Ramón Cruz y su hijo Francisco.
'Els Royos', Joaquín Royo Ibáñez; hijos: Ramón, Enrique y Lucas. Éstos fueron por varias provincias.
José Ferrer 'els Forners'; hijos: José, Ramonet, Pascualet y Enrique; nietos: José, Constantino, Casto, Eustaquio y Álvaro, por la región valenciana, Tarragona y Teruel.
Por otras provincias, Elías Cerdá.
En Montán y Montanejos se desafiaban los mozos, a ver quién podía llevar la faja mejor y más grande, competencia que le iba muy bien al fajero, que sacaba provecho de ello.
'Els Coies', Simón Molinos; hijos: Ramón, Lázaro y Ramiro, por Barcelona y su provincia.
'Els Pelats', José Camañes, su hermano Saturnino y su primo Manolo. En la segunda generación fue el sobrino, José Camañes, 'Pepet'. A partir de 1930, los viajes se hacían en carro tirado por un mulo, más adelante lo harían en bicicleta y, últimamente, en coche. Esta familia tenía su clientela por la parte de Manresa y Vic. Más tarde, José Camañes y su sobrino Pepet viajaban por el Bajo Aragón y parte de la Plana.
José, el mayor, era un hombre bonachón, tranquilo y con pocas prisas. Por su bondad y simpatía se hacía querer de todos cuantos le trataban, y raro era el viaje que no podía contarse de él alguna anécdota. Era terriblemente miedoso, sobre todo a los muertos. Era un miedo fantasmal y aprensivo. Ocurrió en Lécera, un pueblo del Bajo Aragón. Llegó a la posada, al atardecer, entró el carro, puso la caballería en la cuadra y se preparó el saco para dormir. Salió a recibirlo la posadera, con la amabilidad acostumbrada:
- Señor José, ¡cuanto me alegro de que haya venido!, terminamos de enterrar a la abuela. Esta noche nos hará compañía. Él aún vio la habitación con sus cuatro candelabros, una sábana blanca y el crucifijo. Hubiera dado cualquier cosa por encontrarse muy lejos de allí. Le sirvieron la cena y no probó bocado. Llegó la hora de acostarse y él sólo tenía ante sus ojos a la abuela muerta.
Decidido, les dijo a los posaderos:
- ¿Les importaría que me quedara en la habitación de ustedes? Me dan mucho respeto los muertos.
- No faltaría más, le contestaron.
- Ponga su saco cómodo a los pies de la cama. Y así fue cómo, por una noche, compartió la habitación con los posaderos. Más de una vez, la posadera, riendo, contaría el miedo del señor José.
Otra familia fue el abuelo 'Peluca', Enrique Marín, su hijo Francisco Marín y nieto, Enrique Marín, iban por Navarra y Aragón. Hicieron también algún viaje hacia el País Vasco.
Del faixero Enrique Marín, abuelo, también se pueden contar algunas anécdotas. Estas son las de los años 1912, poco más o menos. Iba un viaje con el mulo cargado de fajas, acompañado de Barrón [Juan Castell Dalmau], otro hijo del pueblo, un joven que lo llevaba de ayudante, cuando al pasar por unos prados con unas grandes encinas, le avisó Enrique a Barrón:
- Ten cuidado, porque por estos alrededores suelen haber manadas de toros bravos. Si andamos silenciosos, pasaremos desapercibidos.
Aquella advertencia fue como si hubiera pegado fuego a una mecha. Este muchacho siempre fue un poco descabellado y al primer toro que se les aproximó no se le ocurrió otra cosa que dar un silbido. Le acometió el toro, y con un susto enorme solo les dio tiempo para subir a un árbol, a la vez que el toro les empujaba con las astas. Tuvieron que permanecer encima del árbol todo el día y toda la noche, hasta que a la mañana siguiente vino el pastor de la ganadería y se llevó a los toros hasta otro sitio. Durante toda la noche, los toros estuvieron rondando el árbol, el mulo no se movió de donde lo dejaron. Ha de saber el lector que cuando un mulo lleva el cabestro puesto con el ramal, cuando la soga se deja caer al suelo, el animal ya no se mueve, es decir, solo anda pocos pasos. Este, lo que hizo fue acostarse, tirándose en el suelo, dejando la carga de la mercancía hecha un desastre. Ya nos podemos imaginar con qué humor estaría el señor Enrique. Había motivos para darle al zagal una buena reprimenda.
Otro caso le sucedió, bien distinto, y si luego mención de ello es para que comprendamos lo mucho que se apreciaba al faixero, cualquiera de ellos que fuera, nadie dudaba de su honradez, dondequiera que estuviesen. A raíz de la muerte de un faixero de Cinctorres, asesinado por unos ladrones, algunos faixeros de Portell se compraron un revólver para protegerse de algún atracador. He de reflejar que el faixero, en esta época, no usaba bancos para mandar el dinero. La faja que llevaban en la cintura tenía un cosido al final, donde metían el dinero y estaba protegido. Ese día, el señor Enrique había terminado de vender las fajas y emprendió el camino de regreso. Un ladrón que lo había vendido siguiendo, aprovechó el sitio más indicado, sacando una navaja y fue a agredirle para sacarle el dinero. Ante aquel inesperado encuentro, solo se le ocurrió sacar el revólver y disparar. El ladrón quedó tendido en el suelo y él se marchó corriendo hacia el primer pueblo. Lleno de susto, se instaló en la posada, estaba triste y apesadumbrado por lo sucedido. Así pasó toda la tarde, y a la hora de cenar, alegó que se encontraba enfermo. El posadero notó que le pasaba algo y le preguntó:
- A usted le sucede algo, señor Enrique. Su aspecto no es normal. Y él, que no podía aguantar más aquella pena, le contó lo sucedido. El posadero vio nobleza y sentimiento en sus palabras, y le hizo esta advertencia:
- Esto que me ha contado usted a mí, no se lo diga a nadie, solo usted y yo lo sabemos. Soy el juez de paz de este pueblo y hace poco más de dos horas he sido avisado del accidente de este señor. No lo ha matado, pero es fácil que muera sin poder hablar. Lo que ha hecho usted ha sido en defensa propia; ese hombre iba dispuesto a matarle, par después robarle. No ha sido la primera vez. Hoy ha recibido su merecido. Cene usted y tenga la conciencia tranquila que, gracias a su rapidez, ha salvado la vida. Esto le llenó de ánimos, y al día siguiente, él y el mulo emprendieron el regreso a casa.
Otros 'faixeros' fueron 'els Campanes', José Mestre y (su) hermano Miguel Mestre; hijo: Daniel; nieto: Histerio [Asterio Mestre]. Por Murcia y Albacete.
'Campaneta', José Camañes, hijo: Joaquín; y nieto: Delfín Carceller Camañes.
'Perchorull' ['Pitxurull'], Agustín Dalmau.
'Damianet', Damián Camañes Castell; hijo: Antonio.
'Pollets', Isidro Ripollés.
'La Rolot', Antonio Dalmau.
'Llonguero', José Cortés.
'Figueta', Peret.
'El Roig de les Clapisses' [posa el Roch ], Enrique Porcar Tena.
'Jeremías', Jeremías Mestre Camañes; hijo: Belgrado; y sobrino: Amadeo.
Manuel Bono, 'Pardeta'.
'Suqueros', Manolet Vinaixa; hijos: Juan y Manuel; nietos: Antonio, Manuel y Antoniet. Por toda España.
Habiendo otros medios con que ganarse la vida, la tercera generación de los faixeros fueron dejando este oficio, al mismo tiempo que esta prenda, con el cambio de la moda, ya no se usa para vestir. Solo se usa para los trajes típicos. Podemos decir que la profesión del faixero en Portell desapareció por los años setenta y cuatro.
A principios de siglo [XX], los hombres de Portell se dieron cuenta de que aquella tierra era pobre y había que salir fuera si querían sobrevivir. Algunos se iban a segar los trigos de la parte de Zaragoza y La Rioja, iban y volvían a pie, cansados y con pocas ganancias, pero aún tenían humor de cantar a su llegada:
"Ya vienen los segadores,
de segar de los Monegros,
con la camisa rasgada
y la bolsa sin dinero."
Otros se fueron a trabajar a las minas de Balcarca y de Berga [la mina de carbó de Vallcaca estava en Mequinenza]. Sobre 1910 empezaron los portellanos a encontrarse temporalmente a las minas de talco de Lusenac [Luzenac en francés], al sur de Francia. Esta campaña de seis meses al extranjero no dejaba de ser dura y penosa, pero sus ingresos cambiarían por completo la economía del pueblo. Se acabó aquella miseria. De 80 a 90 hombres emigraban a último de marzo para regresar a últimos de septiembre. Durante este tiempo quedaban solo las mujeres, los viejos y los niños.
Por el año 1980 se inició la emigración a Alemania. Algunos fueron a probar mejor suerte, pero los once meses de estar lejos de la familia fue el motivo por el que muchos no quisieron repetir esta campaña. No obstante, todo esto fue acumulando dinero, mejorando las condiciones de vivienda y dando una educación a los hijos. [Alguns d'ells van ser: Bruno, Máximo,...]
Otros ingresos entraban de la vendimia, pues algunos hombres iban a la recolección de Villafranca del Penedés.
[Imaginem que, seguint les passes i
heretant la parròquia feta durant tants anys pels faixeros, alguns van
passar a ser venedors ambulants de gènere tèxtil. A principi del segle
XXI, encara en teníem tres:
Ramón Carceller,
Marcos Altabas i
Miguel Ángel Cerdá.]
[CAMAÑES, Luisa (1990): Portell. Usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX. Impr. en Gráficas Aparici. Castellón.)
portell.es - portellweb@yahoo.es
Recopilació bibliogràfica i transcripcions de Jacint Cerdà