Luisa Camañes Monserrate
Portell: usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX (1990)
LA ALBAREDA (pp.30-34)
La Albareda es una aldea de Portell. Unas veinte casas forman la calle. Junto a ella está la ermita, estilo reconquista. Era rica en retablo y lienzos. El techo es de madera, es interesante el suelo, donde las piedrecitas de río forman una hermosa flor de lis. Se veneraba la imagen del Salvador, más tarde fue la de San Marcos Evangelista, quedando este como patrón de este barrio.
Su fiesta se celebra el 25 de abril y es la primavera la que con su verdor y flores silvestres hace embellecer y alegrar aquel silencioso paraje. El tañido de la campana hacía vibrar los corazones de aquellas humildes gentes que por una ve al año veían invadidas con el alborzo y la alegría sus posesiones. La campana daba vueltas y más vueltas anunciando que la romería que había partido de Portell estaba muy cerca. Cuando en lo alto del camino divisaban el pendonet, el alcaldillo y los hombres más responsables del barrio salían a recibir al clero y toda la comitiva. La campana seguía sonando, apresuradas todas las mujeres y cubriéndose con la mantilla, corrían hacia la iglesia para ocupar el sitio deseado.
Hacia el año 1931 se conservó la devoción de dos peregrinaciones más, que en romería salían de la Albareda. Sus principios datan de muchos siglos atrás.
La primera se celebraba el uno de mayo, que, unidos los vecinos de La Albareda, los masoveros cercanos y los que habitaban en las casas del barranco de San Juan [popularment, El Barranco de San Juan] eran todos de la misma cofradía, salían de La Albareda por la mañana, para celebrar la misa en la ermita del Cid, situada en Iglesuela (provincia de Teruel). A todos los asistentes se les ofrecía un pan redondo y pequeñito. Las cofradías vestían calzón corto, capa y sombrero. Para cubrir los gastos de la fiesta daban una barcilla de trigo y una docena de huevos. De este dinero recolectado se pagaba la misa y la comida; era costumbre matar dos terneros, guisados siempre igual. Como primer plato, las menudencias de la carne hervida y con el caldo hacían sopas de pan que unos días antes habían tostado al sol. También se añadía huevos batidos y la restante carne la guisaban con estofado. Para beber, vino y agua. Si esta fecha coincidía en viernes, la comida sería solo de bacalao y huevos revueltos. Para segundo, les daban un huevo duro que algunos se lo guardaban en el bolsillo para darlo a sus hijos.
El día once de junio en La Albareda se celebraba la fiesta de San Quirico y Santa Julita. Ese mismo día por la mañana, con la imagen y con su peana a hombros en procesión, subían río arriba hasta llegar a la ermita del barranco de San Juan (provincia de Teruel). Allí se celebraba la misa, oficiada por el cura de Portell. Terminando el oficio, regresaban a La Albareda, donde el cura de Cantavieja celebraría otra misa. Si el río pasaba con abundante agua, los hombres con la peana lo pasaban a nado. Mientras duraba la procesión y la misa en El Barranco, era costumbre que la campana de La Albareda no cesara de tocar, como señal de que San Quirico y Santa Julita estaban ausentes.
Dice la leyenda que Santa Julita estaba casada con un judío y le prohibía que practicara la religión Católica, y le dio siempre muy malos tratos, martirizándola constantemente. Tuvo un niño, Quirico, que también tuvo que sufrir las durezas del padre, con sus malos tratos. Un día lo tiró por la escalera hiriéndose en la frente, por eso la imagen representa a Santa Julita con el niño a su lado, tocándose con la manita la herida ensangrentada. La primera imagen la retiraron de su altar por deteriorada, aproximadamente en 1870, renovándola por otra nueva. Esta primera imagen se guardó en la casa de Miguel Pallarés, hasta que en 1936 se destruyeron todas las imágenes. Esto me lo confirmaron Humildad Pallarés y su esposo Severiano Camañes, testigos presenciales. Ahora se venera otra imagen desde el año 1956. Por la bondad y sufrimiento de madre e hijo, la Iglesia elevó a los altares a San Quirico y Santa Julita.
La Albareda, siglos atrás, era paso de caminantes, correos y mensajeros, por ser el camino de paso de todo el Maestrazgo y la Tinenza [Tinença] en dirección a Teruel y Madrid.
Hacía falta una herrería para atender y poner las herraduras a las caballerías de los transeúntes y demás necesidades. Un señor que se apellidaba Molinos, de origen riojano, montó una herrería sobre el año 1808. En 1812 nació su hijo Gabriel Molinos Dols, el segundo que trabajaría el mismo oficio, y siguieron viviendo en esta misma aldea. Del casamiento de este nacería el nieto, llamado Florencio Molinos, el cual se quedó en casa para continuar con el mismo taller. Todos los hermanos se marcharon a formar su hogar a otros sitios, pero el heredero se quedaba para continuar manteniendo la herrería. El cuarto de la generación, llamado Manuel Molinos, siguió trabajando en el mismo oficio. Después fue el de la quinta generación que trabajó en la herrería, Teodoro Molinos, y se marchó sobre el año 1933.
Los tiempos se ponían difíciles para poder vivir allí de esa profesión y tuvieron que emigrar a otro lugar donde fuera rentable su trabajo. Siguiendo con las mismas raíces, parte de los Molinos están en Fuentespalda (provincia de Teruel) [Fondespatla, Matarranya]. Los hermanos Rodrigo y Celestino Molinos conservan un taller con toda clase de herramientas, reparando maquinaria agrícola con los elementos más modernos y la técnica más avanzada.
Por los años 30, la actividad en La Albareda estaba en su apogeo, aunque se vivía muy miserablemente. Todos trabajaban con escasos beneficios. Mateo Camañes se ganaba la vida tejiendo con un telar a mano: hacía talegas [taleques] que se usaban para llevar el trigo al molino. Simón Martí era capador: mutilaba los testículos de los cerdos; también tenía taberna.
Manuel Camañes era carpintero. Juan Ramón fue curandero famoso; en las torceduras y esguinces se daba muy buena maña, y era mucha la gente que tenía fe en él. Julián Camañes hacía canastos, cestos y argadells [per al transport d'aigua amb cavalleries]. Miguel Pallarés era tratante de cerdos.
Todo quedó atrás, hoy ya no vive nadie y las viviendas se están cayendo. El Molino de Arnes y el Molino Piquer sólo son restos de los años pasados, cuando el chasquido del agua hacía mover las muelas para que el trigo se convirtiera en harina. Todo está en silencio, hasta los chopos parecen tristes cuando, desde el río, el aire tira las hojas haciéndolas llegar a la calle solitaria.
El nombre de La Albareda viene de 'albear', que quiere decir olmo o chopo. Es de suponer que este nombre lo pusieron por todos los chopos que había. Los apellidos de los vecinos de esta aldea provienen del catalán, debido a que cuando el Rey Jaime I conquistó estas tierras las repobló con catalanes venidos de la parte de Lérida.
[CAMAÑES, Luisa (1990): Portell. Usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX. Impr. en Gráficas Aparici. Castellón.)
portell.es - portellweb@yahoo.es
Recopilació bibliogràfica i transcripcions de Jacint Cerdà