Luisa Camañes Monserrate


EIXIR | s.XX | p.11 | Luisa | p.20 | s.XXI | biblio


Portell: usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX (1990)


LA SUPERVIVENCIA (pp.16-19)

Para mí no es difícil poner al descubierto la costumbre, los trabajos cotidianos, cómo se comía, cómo se vestía y cómo vivían cien años atrás. Al escribir estas páginas ya he cumplido los 65 años. Cuando era pequeña, me gustaba saber cosas del pasado, curiosidad que mis padres podían satisfacer. Recuerdo muchas cosas, pero aun así, no hubiera podido escribirlo todo a no ser por unas cuantas personas más viejas que yo, que recordaban muchas cosas. Especialmente, Bernardo Piquer, que con más de 80 años tiene una memoria privilegiada, me ha podido explicar todo lo que yo ignoraba.

Nos encontramos un día de verano, con los primeros rayos del alba. Rompe el silencio el toque de una campana anunciando oración matinal. En la calle se oyen los chasquidos de las herraduras y el rebuznar de algún borriquillo. Son los hombres que han empezado a acarrear las garbas de trigo. Las amontonan en la era para preparar la trilla. Detrás de ellos, y con la cara sin lavar, medio adormilados, van los zagales, no mayores de diez años, que con su cesto van recogiendo las boñigas que las caballerías van soltando. Esto era el estiércol que abonaría los campos. Alguno de estos niños regresarían para la hora del almuerzo; otros seguirían ayudando todo el día a sus padres.

Sigue sin salir el sol. Todavía es temprano pero ya podemos divisar unas casitas, entre blancas y grises, que reflejan su pobreza. Todas de la misma construcción, poco más o menos. Una puerta gruesa de pino, partida por la mitad, media arriba y media abajo. Por el día estaba solo cerrada la de la parte de abajo; por la noche se cerraban las dos. Si cruzas el portal (de la casa), te encuentras en una estancia de unos doce metros cuadrados. A un lado estaba montado un telar y, frente a la puerta de entrada, el corral donde el mulo tiene su aposento. Se siente el olor a estiércol. La cocina y las habitaciones de dormir están en el piso superior; un balcón de madera y una puerta sin cristales con una mirilla reflejan la sencillez de la fachada. Abajo, en el hueco de la escalera, se ve una pequeña puerta, amarrada con un pestillo: es la pocilga del cerdo (la soll del gorrino, como así la llamaban), (aunque) otros tienen este aposento en el mismo corral del mulo. El techo lo aprovechaban para guardar las albardas y los enseres de labranza. En la pared de la escalera se ven estacas salientes, unos palos que servirán para dormir las gallinas.

Se oye el 'tilín-tilín' de las esquilas. Media docena de ovejas son guiadas por un viejo que, cojeando, vestido con saragüells, pantalón corto remendado y su media rasgada, con zuecos a los pies amarrados con cordeles; un pañuelo apretado le cubre la cabeza. Su estado, casi deprimente. Se pasaría la mayor parte del día en el campo, con un mendrugo de pan y un poco de vino. El viejo no servía para otra cosa: guardar el pequeño rebaño.

Avanza la mañana. Las gallinas van saliendo, paseándose por las calles, picando los gusanos que encontraban a su paso. Algunos también sacaban los cerdos para que se aireasen y, al mismo tiempo, se ventilaba la pocilga. Las calles se convertían en un extenso corral donde las moscas encontraban un gran ambiente.

La mujer que era aseada salía al atardecer a barrer los alrededores de su puerta. No usaban escobas; se barría con botja, una planta que abunda mucho en Portell, aunque en la actualidad nadie la conoce para estos menesteres. [Santolina chamaecyparisus, Compositae.]

Los jóvenes de diez a diecisiete años, la mayoría, iban descalzos; solo se calzaban los domingos. Incluso así iban a hacer leña al 'Perxàs' [escriu 'Perchas'], cerca del 'Toll d'en Drac' [sic] o incluso a la Sierra [Sierra Simona], propiedad del municipio de Castellfort (siendo más de una vez sorprendidos por el guarda).

Muchas eran las familias que no conocían el dinero; comían lo de su propia cosecha: coles, patatas, judías, pan, harinetas [farinetes] y sémola [semoleta], y daban gracias a Dios para que esto no les faltase. Las familias eran numerosas y había muchos hijos para alimentar; la mayoría de ellos, en cuanto cumplían diez años, los contrataban en las masías para guardar el rebaño u otros menesteres. Estos masoveros también vivían miserablemente, pero tenían muchos campos y, por lo menos, cogían suficiente trigo y patatas. Alguna de las familias que es criaban un cerdito hacían su matanza y los jamones los vendían y, con ese dinero, podían comprar el cerdito que engordarían al año siguiente.

No puedo descifrar (si durante) los años anteriores se viviría así. Lo que sí puedo asegurar es que así se vivió hasta primeros de siglo aproximadamente. Esta forma de vida, bien podríamos relacionarla hoy con el tercer mundo.

[CAMAÑES, Luisa (1990): Portell. Usos y costumbres, desde el siglo XIX al XX. Impr. en Gráficas Aparici. Castellón.)


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Recopilació bibliogràfica i transcripcions de Jacint Cerdà