Nueva triste relación
que ha ocurrido en Paterna (Valencia) en la que fue el
fusilamiento del soldado llamado
ANTONIO CAMACHO
PRIMERA PARTE
Amados lectores míos,
escuchad con gran cuidado
y veréis la mala suerte,
la que ha tenido un soldado.
Su nombre, Antonio Camacho,
del pueblo de Algodonales,
un pueblo de Andalucía,
en donde habitaban sus padres.
Veintitrés años tenía
este infeliz soldado,
antes de ir al servicio,
que ya se hallaba casado.
Su esposa era Juana Luna,
según lo dice el diario,
una mujer muy amada
de todo su vecindario.
Esa mujer trabajaba
con la mayor alegría
para mandarle a su esposo
el dinero que podía.
De modo es que aún que fuera
mucho lo que ella mandaba,
para él siempre era poco,
que muy pronto lo gastaba.
El que lleva mala vida,
siempre con mal va acabando,
lo que le ha pasado a éste,
Antonio, el desgraciado.
En la ciudad de Valencia,
en el cuerpo de Ingenieros,
servía Antonio Camacho
con todos sus compañeros.
Un día en el cuartel,
el Capitán le mandó
que le obedeciera a él
y cumplir su obligación.
El soldado no hizo caso
del mando del Capitán,
que aunque fuera superior,
no lo quiso respetar.
De modo es que los dos
se pasaron de razones,
y el soldado, tan furioso,
no respetó los galones.
Le apuntó con su arma
y le disparó un tiro,
y entonces, el Capitán
ya se cayó malherido.
Cuando los soldados vieron
al Capitán desmayado,
dieron parte al momento
de lo que estaba pasando.
Acudió el General,
también el Gobernador,
con mucho acompañamiento
de los de Estado Mayor.
Asistieron al herido
con todo el mayor cuidado
y pidiéndole detalles
de lo que había pasado.
El Capitán, agoniado,
no podía contestar,
por sufrir fuertes dolores
de tanto que sentía el mal.
Entonces se lo llevaron
en su lecho muy amado,
al lado de su familia,
para tomar descanso.
Y después, al malhechor,
al momento lo cogieron,
atado con sus grillones
y al calabozo lo pusieron.
Sin darle comunicación,
por más amigo que fuera,
hasta pasar unos días,
que viniera su sentencia.
Le hicieron declarar.
Dijo toda la verdad,
como si no hubiera hecho nada,
con mucha serenidad.
Lo vuelven al calabozo,
con sus grillones metido,
dándole comunicación,
pero se hallaba tranquilo.
Después, cuando declaró,
y dijo toda la verdad,
empezó a formarse la causa
en el Juzgado Militar.
En la primera sentencia,
a muerte fue sentenciado,
por lo que lo manda la ley
que así sea castigado.
Al salir esa horrible
y desgraciada sentencia,
se comunican a él,
y dice que hagan lo que quieran.
De todo estoy conformado
de lo que pueda pasar,
pero, llorando les pido,
si me pueden indultar.
Se le puso un Capitán
para hacerle un gran favor,
en el Juzgado Militar,
para ser su defensor.
Ese defensor se fue
a la sala del juzgado
para evitar la muerte
del desgraciado soldado.
No valieron las palabras
que dijo el Capitán.
La sentencia es de muerte
y no se puede indultar.
Él sí que tiene perdón
del Capitán que está herido,
pero lo manda la ley,
que merece ese castigo.
El Capitán se marchó
triste y muy desconsolado,
por no poder evitar
la muerte de ese soldado.
Pasaron algunos días
y la sentencia se concluyó,
y al reo, Antonio Camacho,
el Fiscal se la leyó.
El soldado de Ingenieros,
sin tener apelación,
a todo su regimiento,
llorando, pidió perdón.
"Perdonadme, amigos míos,
si en algo os he ofendido,
que me voy a entrar en capilla,
que mi indulto no ha venido.
Ya me despido de todos,
con la mayor amargura,
vosotros, en la obligación,
yo, pronto, en la sepultura.
Diciendo estas palabras,
a la capilla lo llevan,
que su vida se concluye,
veinticuatro horas le quedan.
"Esto sí que es cosa triste,
y mundo de desengaño.
Hoy hablando en los amigos
y mañana estaré enterrado".
SEGUNDA PARTE
Estando en la capilla
el soldado de Ingenieros,
fueron a visitarle
dos curas fieles y buenos.
Le dicen: "Querido Antonio,
venimos a visitarte,
y si tus deseos son,
para poder confesarte".
El reo contesta:
"A todo estoy decidido.
De los pecados que he hecho
estoy muy arrepentido".
Los curas dijeron misa
y el reo presente estaba,
y le dieron a comulgar
lo que el reo deseaba.
Después le hicieron comer
unas galletas con leche,
por mandato de los curas,
que al momento lo obedece.
Después el reo pidió,
lo que le fue concedido,
hablar con unos paisanos,
que eran muy fieles amigos.
Les dijo: "Amigos queridos,
ya me se acerca el momento,
voy a partir de este mundo
y nunca más podré veros".
Estos amigos queridos
se pusieron a llorar,
y les dijo: "No lloréis,
que me voy a descansar".
A un amigo le dio
un pañuelo que tenía
y le dijo: "Ildefonso,
toma esta prenda mía".
A otro amigo le dio
una guitarra muy buena
en la que se divertían
algunos ratos de vela.
Después de comunicarse,
los tres se dieron la mano.
Fue la última despedida
y los tres quedaron llorando.
Además de sus amigos,
también fue a visitarle
el Señor Juez Instructor
con su amigo el Comandante.
Serían las ocho y media,
que les llegó el carruaje
delante de la capilla,
para que le reo allí entrase.
Se subió el reo en el coche
y dos sacerdotes a su la do,
y el Juez Instructor,
que iba de acompañante.
A poco poco llegaron
a donde había de ser
la ejecución de Antonio,
que muchos quisieran ver.
A las nueve y seis minutos
llegó el coche al sitio
donde se llama Paterna,
que muchos ya lo habrán visto.
Un piquete allí formado,
todos con gran tristeza,
de ver que a su compañero
llegaba la hora severa.
El Juez Instructor
y un sacerdote a su lado
sacaron un lienzo blanco
y los ojos le vendaron.
El cuadro que allí formaba
de la unión de aquel piquete,
dos cabos y dos soldados
salieron allí en frente.
A las nueve y cuarto en punto,
un oficial dio la señal,
levantando su espada,
que ya le pudieran tirar.
Le pegaron cuatro balas,
con toda la mayor certeza.
Dos le pegaron en el pecho,
las otras dos en la cabeza.
Así es que el infeliz
así concluyó su vida.
Un ejemplo para algunos,
los que nunca se humillan.
Roguemos al Señor
por el alma de ese soldado,
nacido en Algodonales,
llamado Antonio Camacho.
FIN
* * *Imprenta de J.
Soto, Morella. |